Porque no podemos hacerlo en Argentina ???
Como lo hicieron los Norteamericanos
Durante siglos el hombre buscaba la manera de que todos nos
comportáramos bajo esa definición tan abstracta como es “el bien”. Por
el camino se crearon las religiones. Y aquello fue a peor. Quizá por
ello un día la búsqueda pasó a ser diferente. Había que entender de
dónde viene ese “lado oscuro” humano.
En la década de los 90 se iba a producir un hecho inusual en la
historia criminalística de Nueva York. Por primera vez en el siglo XX
los índices de criminalidad bajaron por un período muy prolongado. Tanto
fue así que aquello fue objeto de estudio y acabó siendo toda una
teoría social sobre el crimen y el ser humano.
Para que ese momento se diera habría que retroceder en el tiempo hasta finales de los años 60. Un hombre iba a ser el
germen
para que la historia sobre el estudio de los comportamientos criminales
cambiase de acera. ¿El bien? Un investigador tenía muy claro que para
controlar al hombre había que entender las razones más oscuras de su
comportamiento.
El vándalo que hay en ti
Es posible que si hablamos del psicólogo
Philip Zimbardo no te suene de nada, quizás sí. Hoy muchos los conocen por
ese experimento radical que llevó a cabo en 1971 (luego convertido en película “
Das Experiment”).
Nos referimos al experimento de la cárcel de Stanford donde trataba de
investigar la influencia de un ambiente extremo entre voluntarios que se
dividían en guardias y prisioneros.
Dos años antes del mismo,
en 1969, el profesor ya comenzaba a barruntar esa idea acerca del
comportamiento que tenemos en determinadas ocasiones. El hombre hacía
diariamente el mismo trayecto desde su casa hasta la universidad. Y
allí, en el transcurso de esas horas en el interior de su vehículo,
pensó que tenía una buena oportunidad para estudiar el tema del
vandalismo que existía en Nueva York.
La razón era simple: en un solo día de trayecto al azar (de alrededor
de 30 kilómetros) desde la Universidad de Nueva York en el Bronx hasta
su casa en Brooklyn, Zimbardo contó nada menos que 200 coches
destrozados por vándalos. ¿Cómo habían llegado hasta ese punto? ¿De qué
forma llegaron a tales actos de destrucción?
El profesor ideó una prueba para averiguarlo. Junto a un colega del
centro compraron un coche de segunda mano que tenía más de 10 años y lo
aparcaron enfrente del campus universitario. Zimbardo también sabía que
necesitaba algún tipo de desencadenante para poner en marcha el proceso
de destrucción. ¿Qué hizo? Le quitó al coche las placas de las
matrículas y abrió el capó antes de retirarse a un lugar apartado desde
el que podría observar los acontecimientos.
Poco más de 24 horas después una procesión de saqueadores se había
hecho con la batería, el radiador, el filtro de aire, la antena, los
limpiaparabrisas, el logo cromado, todos los tapacubos, cableado, una
lata de gasolina, una de cera de silicona y el neumático trasero
izquierdo (el resto de ruedas estaban tan viejas que los saqueadores
decidieron dejarlas).
Según apuntó Zimbardo, los primeros saqueadores eran una pareja junto
a su hijo de unos 8 años. Estos llegaron 10 minutos después de que el
profesor aparcó el coche. La madre vigiló mientras el niño iba pasando a
su padre las herramientas que necesitaba para sacar la batería. En
total, a la
adorable familia le llevó unos 7 minutos toda la operación.
Lo cierto es que la destrucción del coche siguió un patrón que le era
familiar al profesor a través de sus estudios. Las primeras piezas
robadas eran aquellas que podrían ser reutilizadas o vendidas. Pero
cuando no había nada más útil, entonces hacía su aparición un nuevo
grupo: los jóvenes. Estos
poseían el coche y se dedicaban a
romper los faros y las ventanas. A continuación iban a por la carrocería
tirando ladrillos, piedras o golpeando el vehículo con palos o
cualquier cosa que tuvieran a mano. La masacre al pobre coche terminaba
cuando el vehículo se había convertido en un amasijo de basura.
Pasados menos de tres días el coche se había reducido a un montón de metal inútil por hasta “
23 incidentes de contacto destructivo”,
como anotó el profesor. También anotó que a menudo sucedía que los
transeúntes se mantenían de pie y observaban a los vándalos “trabajando”
y, contrariamente a lo que Zimbardo esperaba, la destrucción se
producía a plena luz del día.
Al mismo tiempo, Zimbardo también había dejado un segundo coche sin
placas con un capó abierto al lado de la carretera en la ciudad
universitaria de Palo Alto en California. Allí, sin embargo, el coche no
fue pasto de los vándalos. Incluso cuando empezó a llover un transeúnte
cerró el capó para que no se mojara el interior. El profesor lo intentó
de nuevo, esta vez estacionando el coche en el propio campus
universitario. Y el resultado fue el mismo: no sucedió nada.
Sin embargo, el psicólogo estaba convencido de que los ciudadanos de
Palo Alto también tenían un vándalo en su interior. No podía ser que
esta gente fuera distinta a la de Nueva York. Según el profesor, “
era obvio que estas señales “liberadoras” eran suficientes en Nueva York, pero no aquí”.
Así que el hombre facilita las cosas un poco, él mismo junto a dos
estudiantes toman unos martillos y comienzan a “dar ejemplo”. ¿Qué
ocurrió? Que ahora sí, no pasó mucho tiempo hasta que se unieron otros
estudiantes.
En muy poco tiempo al llegar la noche se había creado un gran grupo,
se habían subido encima del coche, habían arrancado las puertas de sus
bisagras, habían roto las ventanas y para terminar inclinaron entre
todos el coche sobre su techo. Pasaron las horas y de madrugada tres
adolescentes aparecieron y atacaron sin piedad lo que quedaba del
vehículo con barras de hierro.
Claramente, en Palo Alto se necesitaba la cobertura de la oscuridad o
el anonimato de un grupo para despertar tendencias vandálicas latentes.
Eso sí, el umbral parecía ser mucho más bajo en el Bronx que allí.
Zimbardo asumió que el anonimato de la gran ciudad y los signos de
deterioro general en los que se encontraba el barrio del Bronx donde
estaba estacionado el coche aumentaron la tendencia de las personas a
comportarse de manera destructiva.
Esta idea de Zimbardo se convirtió en
un clásico
objeto de estudio a lo largo de los años siguientes. Llegados a los 80
alguien pensó en recoger los estudios de Zimbardo y transformarlos en
una vía para erradicar el propio vandalismo.
El criminólogo
George L. Kelling y el politólogo
James Q. Wilson utilizaron los hallazgos del profesor para construir una de las teorías de mayor alcance en la historia de la criminología.
Las ventanas rotas de Nueva York
En la edición de marzo de 1982 de la publicación
Atlantic Monthly y bajo el título de
Broken Windows, Kelling y Wilson publicaban
un artículo
en el que proponían una nueva estrategia para combatir la criminalidad.
En el escrito venían a afirmar que la mejor manera de hacerlo era
centrarse en los actos de desorden que la preceden. Los autores decían
lo siguiente:
Consideren un edificio con una
ventana rota. Si la ventana no se repara, los vándalos tenderán a romper
unas cuantas más. Finalmente, quizás hasta irrumpan en el edificio; y,
si está abandonado, es posible que lo ocupen ellos y que prendan fuego
dentro.
O consideren una acera o una banqueta: se acumula
algo de basura; pronto, más basura se va acumulando; con el tiempo, la
gente acaba dejando bolsas de basura de restaurantes de comida rápida o
hasta asaltando coches.
Muchos ciudadanos pensarán que el
crimen, sobre todo el crimen violento, se multiplica, y
consiguientemente modificarán su conducta. Usarán las calles con menos
frecuencia y, cuando lo hagan, se mantendrán alejados de los otros,
moviéndose rápidamente, sin mirarles ni hablarles.
No
querrán implicarse con ellos. Para algunos, esa atomización creciente no
será relevante, pero lo será para otros, que obtienen satisfacciones de
esa relación con los demás. Para ellos, el barrio dejará de existir,
excepto en lo que se refiere a algunos amigos fiables con los que
estarán dispuestos a reunirse
A partir de sus
propios experimentos y encuestas, Kelling y Wilson sabían que la gente
estaba preocupada por los actos antisociales de menor importancia, tales
como el cada vez más extendido uso del graffiti, la basura en la calle y
el vandalismo existente. Esto les hacía sentir como si las cosas se
hubieran desviado de las manos y que se había llegado a punto donde
nadie se hacía responsable de nada.
No sólo eso, para los investigadores este sentimiento fue
precisamente el que allanó el terreno para los actos criminales graves:
mientras los ciudadanos y hasta en cierta medida la policía se retiraban
de los espacios públicos, dicha situación dejaba plena libertad para
que estos espacios se convirtieran en zonas sin ley. Finalmente, con las
inhibiciones de los malhechores cometiendo cada vez más crímenes, la
erosión era cada vez mayor.
La teoría de Kelling y Wilson se convirtió en libro (del propio Kelling) bajo el título
Fixing Broken Windows.
Un escrito sobre criminología y sociología urbana que hablaba acerca
del crimen y las estrategias para contenerlo o eliminarlo de los
vecindarios urbanos.
La
Teoría de las Ventanas Rotas
parte de la estrategia de arreglar los problemas cuando aún son
pequeños (reparar las “ventanas rotas” en un corto espacio de tiempo).
De esta forma la tendencia es que será menos probable que los vándalos
vuelvan a romper o dañar aquello que se ha reparado, por tanto los
problemas no se intensifican y los residentes no huyen del barrio.
A partir de aquí se parte de dos hipótesis. La primera es aquella que
dice que los crímenes menores y el comportamiento antisocial
disminuirán. La segunda y como consecuencia dice que aquellos crímenes
de primer grado se prevendrán, quizás y como veremos, la parte más
polémica y abierta al debate.
Fue tal la repercusión del trabajo que Kelling acabó siendo
contratado como consultor para el Departamento de Tránsito de Nueva York
con el fin de probar medidas que probaran la teoría de las Ventanas
Rotas. De 1984 a 1990 se llevaron a cabo acciones como la limpieza
diaria del metro línea por línea o los grafitis que poblaban la ciudad .
En 1990
William Bratton es nombrado Jefe del Departamento donde trabajaba Kelling como consultor.
Y es aquí cuando la teoría da un vuelco y pasa realmente a la acción. Bratton aplica la política de seguridad ciudadana de
tolerancia cero, y lo hace sobre espacios muy definidos tales como:
- En la evasión de multas.
- En los métodos de procesamiento de arrestos, haciéndolos más sencillos.
- Con la investigación de antecedentes ante cualquier persona arrestada.
Un trabajo que retomaría en el 93 el que fuera alcalde de la ciudad,
Rudy Giuliani,
quien además hizo que la policía fuera más estricta con las evasiones
en el metro o ante aquellos “vándalos” que se orinaban o no se
comportaban en público.
¿Qué ocurrió? Que la tasa de crímenes, tanto de aquellos de carácter grave como de los denominados como “menores”,
se redujo
significativamente. No sólo eso, la tasa siguió disminuyendo durante
los siguientes 10 años. A Nueva York se sumaron otras ciudades como
Albuquerque o Lowell, todas con resultados parecidos a los de Nueva
York.
Lo cierto es que desde que Bratton tomó el mando incluso la
tasa de homicidios en Nueva York se redujo a la mitad. Por supuesto, no
está claro si el éxito se puede atribuir en su totalidad a la política
de tolerancia cero o no. De hecho y como era de esperar, desde entonces
ha existido y existe un encendido debate sobre las cualidades de la
teoría.
La primera crítica ante la teoría en acción es aquella que habla de
una política que ha servido de escudo legal para prácticas
discriminatorias (principalmente y en los 90, hacia los afroamericanos).
En este sentido, en su libro
Las cárceles de la miseria
Loic Wacquant disecciona la propuesta y critica duramente que mientras
que la tolerancia cero sirve para criminalizar y restringir derechos
legales de los ciudadanos más pobres, deja en libertad los crímenes
económicos o informáticos,
a priori los de la gente pudiente. Por tanto Wacquant habla de una propuesta basada en estereotipos raciales.
En el libro
Freakonomics,
Stephen Dubner
pone en tela de juicio la teoría de las ventanas rotas como única
responsable de la caída del crimen en Nueva York. El autor pone como
ejemplo de la ecuación no incluida a la
legalización del aborto
de la mujer. Según Dubner, en aquella época las mujeres que tenían
algún problema y por tanto estaban menos preparadas (adictas, pobres o
con problemas de otra índole) podían abortar legalmente, por lo que los
niños nacidos en familias disfuncionales fue decreciendo. Casualidad o
no, la mayoría de los crímenes de Nueva York eran cometidos por hombres
entre 16 y 24 años, cuando este grupo decreció, la tasa de crímenes
también lo hizo.
Además del aborto hay otras variables que se exponen como iniciativas que la tolerancia cero no recoge. Desde la hoy llamada
gentrificación hasta por ejemplo la aparición de nuevos programas de empleo, la disminución del crack o las reformas policiales que se dieron.
Así que como vemos, no hay paridad de opiniones en cuanto a la
importancia que tuvo en la ciudad de Nueva York. Menos dudas quedan ante
una teoría hoy universal aplicada al pie de la letra en tantos barrios y
ciudades del mundo por los políticos. Muchos ni lo sabrán, pero la
mayoría de ayuntamientos y alcaldes del planeta tienen una cosa muy
clara, ante el más pequeño de los
desajustes, conviene actuar rápido, el mensaje de cara al público puede ser diametralmente diferente en cuestión de días.
En
el fondo, detrás de esta teoría se encuentra el intricando modo de vida
tan diferente que tenemos unos de otros. Y es que la propia idea de que
el proceso de erosión de una sociedad podría ser revertido mediante la
lucha de esos signos que preceden a los crímenes, siempre será recibida
con escepticismo.
Todos podemos estar de acuerdo en que la
delincuencia deber ser abordada desde la raíz. El problema es que esa
“raíz”, dependiendo de la perspectiva política de cada uno, se puede
encontrar en la injusticia social o en el declive moral de una sociedad.
Fuente: Gizmodo
Mi opinion:
No les parece muy parecido a lo que ocurre en Argentina ??? ejemplo basura, robos, toma de propiedades etc, etc.
El problema es que en Argentina la Corporación Política NO QUIERE SOLUCIONAR EL PROBLEMA POR DIFERENTES RAZONES :
- El miedo de la gente por los
delitos que se cometen hace de que el Gobierno pueda hacer lo que quiere
mientras los ciudadanos estan preocupados por su seguridad.
- La Corporación Política necesita un País lleno de delincuentes y drogadictos como asi también analfabeto para poder seguir en el poder y llegaron a convertirse en una Mafia.
- Por último reconozco que al Gobierno actual no puedo juzgarlo porque hace poco que esta, pero si le echo la culpa al Kirchnerismo, al Peronismo y al Radicalismo todo lo que nos esta pasando .
Si este Gobierno no sabe que hacer por lo menos que copie recetas ya usadas en el mundo para revertir la situacion.