domingo, febrero 13, 2005

Una opinión de un economista

¿Qué aprendemos de nuestras crisis?

Por Roberto Cachanosky Para LA NACION



Hay dos frases populares típicas que merecen alguna reflexión. La primera dice: "¿Hasta dónde vamos a llegar?". Esta frase trata de reflejar que, en algún momento, tiene que detenerse nuestra decadencia. Otra frase típica que he escuchado durante años es la siguiente: "Hay que esperar a que se produzca la crisis para poder cambiar el rumbo de la Argentina". Respecto a la primera frase, «¿hasta dónde vamos a llegar?», debo confesar que no tengo la menor idea, porque no es cierto que inevitablemente rebotemos una vez que tocamos fondo. Alguien me decía el otro día que cuando los argentinos tocamos fondo empezamos a cavar para seguir enterrándonos. Para saber hasta dónde vamos a llegar, previamente tenemos que saber qué vamos a hacer. Si hacemos las cosas mal seguiremos en decadencia sin encontrar un piso, si hacemos las cosas bien podremos recuperarnos sin tener un techo. Ahora bien, algunos creen que si se produce una gran crisis económica, tanto la sociedad en general como los gobernantes en particular van a reaccionar, dejando de lado las prácticas económicas que nos llevaron a la decadencia. Sin embargo, creo que parte de nuestra larga decadencia económica argentina se debe a que esperamos, y cuando digo «esperamos», me refiero al conjunto de la sociedad, a que las cosas se solucionen solas una vez que se produzca la siguiente crisis. Veamos lo que nos pasó en los últimos 30 años. Empecemos por el año 1975 y el Rodrigazo. En medio de un país sumergido en una profunda crisis política y económica, el Rodrigazo no fue otra cosa que un cambio de precios relativos impuesto por el gobierno para tratar de dominar las cuentas públicas y la inflación. El aumento de las tarifas de los servicios públicos, devaluación del peso, control de cambios y de precios y algún incremento de salarios generaron una reacción política adversa al punto que Celestino Rodrigo tuvo que renunciar al poco tiempo de anunciar el plan. Sin embargo, ninguna de las medidas adoptadas apuntó a implementar reformas estructurales de fondo. Fue así como la economía siguió desbocada. Con la llegada del gobierno militar en marzo de 1976, las cosas no cambiaron sustancialmente desde el punto de vista de las reformas estructurales. Las liberaciones de precios y del mercado de cambios fueron medidas marginales que no atacaron el problema de fondo de la economía argentina. Durante el gobierno del Proceso no hubo privatizaciones ni reforma del Estado. Lo que se hizo en ese momento fue aprovechar la abundante liquidez de los mercados financieros internacionales para, mediante el endeudamiento público, financiar los desequilibrios del tesoro. Es decir, la profunda crisis política y económica heredada del peronismo no significó un aprendizaje para no cometer los mismos errores o girar abruptamente en la política económica. En ese momento no se aprendió de la crisis heredada. A tal punto no se aprendió, que a principios de 1981 se terminó la tablita cambiaria y el mercado estalló en mil pedazos. Volvieron los controles de cambio, las regulaciones, etc., y las reformas estructurales siguieron brillando por su ausencia. Luego vino un breve período de liberación de precios, la guerra de las Malvinas, la derrota militar y de nuevo la crisis económica con licuación de pasivos y ausencia de reformas estructurales. En 1983, Alfonsín tampoco hizo ninguna reforma estructural. Su primer ministro de Economía, Grinspun, así como luego Sourrouille con el Plan Austral o luego el Plan Primavera, se limitaron a cambiar los precios relativos, recurriendo al viejo sistema de devaluación con retenciones a las exportaciones, controles de precios, control de cambios y fuerte endeudamiento interno que se conoció como el festival de bonos y el gasto cuasifiscal. Una vez más, tampoco se había aprendido nada del Rodrigazo, de la tablita cambiaria y de la licuación de pasivos. Las crisis económicas se sucedían una atrás de otra y las fórmulas económicas siempre eran las mismas. El caso de Menem fue algo diferente. Luego de fallar en el primer intento, comenzó con reformas estructurales por el lado de las privatizaciones. Soy consciente que hoy en día resulta políticamente incorrecto defender algo de lo que se hizo en los 90, pero las privatizaciones fueron un acierto. Podrá debatirse si tal o cual privatización estuvo bien o mal hecha, pero el intento por reformar a un Estado empresario ineficiente fue positivo por más que hoy este de moda, y quede bien políticamente, denostar todo lo hecho en los 90. El gran error consistió en no avanzar en las reformas de segunda generación, es decir, en las reformas del Estado a nivel nacional, provincial y municipal. El incremento del gasto y su financiamiento mediante la deuda pública implico repetir el mismo error del pasado. La diferencia fue que, en vez de financiarse el gasto con emisión monetaria e inflación, se utilizó la deuda externa. De la Rúa no aprendió del error de los 90 y de entrada comenzó su gestión sin reformas estructurales y con aumento de los impuestos. El único amago de reforma del Estado fue con el fugaz paso de López Murphy por el ministerio de Economía. Por no asumir el costo político de una reducción del gasto de US$ 3000 millones se condenó a sí mismo a una crisis económica y política que terminaría con su presidencia. Otra vez, sin aprender nada de las crisis pasadas. Simple cambio de precios La devaluación, la pesificación asimétrica, el corralito, el corralón y el default tampoco son, justamente, reformas estructurales. Hoy estamos asistiendo a un simple cambio de precios relativos sin reformas estructurales. Insistimos en ignorar los cambios de fondo, los permanentes, los que realmente pueden poner al país en la senda del crecimiento sostenido. Los argentinos chocamos una y otra vez con la misma piedra y ni nos inmutamos. Por el contrario, solemos buscar a un tercero como culpable para hacerlo responsable de nuestros males. Es mas, en los últimos 30 años las crisis se han producido, en promedio, cada cinco años, lo que debería ayudarnos a tener fresca nuestra memoria sobre los errores cometidos en el pasado reciente. A medida que van pasando los años pareciera ser que los argentinos nos vamos acostumbrando a vivir cada vez peor, conformándonos con breves períodos de una ficticia estabilidad de precios y alguna reactivación. Mientras en otros países una desocupación de dos dígitos ha producido profundos cambios en las políticas públicas, en Argentina nadie se inmuta y acudimos a los Planes Jefes y Jefas de Hogar como toda solución al problema. Mi conclusión es que los argentinos todavía no aprendimos que los problemas económicos no se solucionan solos y que por tratar de ocultarlos una y otra vez haciendo alquimias monetarias, cambiarias y financieras es que vivimos de crisis en crisis. Al menos tomemos conciencia que en economía se puede hacer cualquier cosa, menos dejar de pagar los costos de los errores. El gran interrogante es: ¿hasta cuándo vamos a seguir pagando para ver la próxima crisis?

El autor es economista.

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